Estás conociendo a alguien.

Todo va fantástico.

Hoy os habéis visto, no habéis dejado de hablar, de reír, de compartir un momento súper especial con mucha complicidad.

Al llegar a casa le has enviado un mensaje.

En ese mensaje le dices que lo has pasado genial. Le cuentas que este fin de semana estás libre, que te encantaría repetir y veros.

Pasan los minutos y no te contesta.

Coges el móvil, pones el sonido, verificas las notificaciones y te pones a hacer tus cosas.

Vuelves a mirar el móvil, no te ha escrito. Verificas que realmente lo has puesto con volumen y que las notificaciones están activadas.

Pasan un par de horas, en las que no has dejado de mirar el móvil cada 5 minutos.

Te empiezas a plantear si se habrá molestado por algo, si habrás hecho algo que no le ha gustado o si le ha incomodado el mensaje que le has mandado.

¿Quizás le he presionado? ¿Parecerá que estoy insistiendo? ¿No querrá lo mismo?

Pasa media hora y te preocupas porque no le ves en línea.

¿Habrá tenido algún problema? ¿Le habrá pasado algo?

Le quieres escribir para ver si va todo bien, pero no quieres insistir más.

Pasa una hora más, y ahí sí, le ves en línea durante un segundo.

Pero no te escribe.

Estás de los nervios, te cuestionas si realmente todo ha ido tan bien. Si has hablado demasiado. Si todo ha sido tan divertido. Si todo ha sido tan especial como a ti te lo ha parecido. ¿Te habrás inventado esa complicidad? Al fin y al cabo hace muy poco que os conocéis y no sabes casi nada de esa persona.

Pensándolo bien quizás no te gusta tanto.

Recibes un mensaje.

—Perdona, me han llamado del trabajo que ha habido un problema y he tenido que ir corriendo a resolverlo. Acabo de salir ahora. Yo también lo he pasado genial y por supuesto que me encantaría que nos viéramos este fin de semana ¿comemos el sábado?

Si fueras mi cliente, te diría:

“La duda destruye cualquier cosa que miras.

Incluido si te miras a ti.”

🔥  ATENCIÓN 🔥

Este sábado en la Membresía te hablo sobre inseguridad y duda.

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