Un inglés, un portugués y un español.

Tengo un problema que os beneficia.

Y es que, para poder venderos, tengo que despertaros.

Porque habéis normalizado una forma de pensar, de sentir y de vivir que es una jodida anomalía.

Os habéis enterrado en vida y creéis que eso está bien.

No, no está bien.

Hoy he puesto una lavadora. Pero como llovía, no he podido tenderla y me he ido a un espacio de autolavado. Son un par de lavadoras y una secadora de gran tamaño, que están al aire libre, fuera de centros comerciales o supermercados.

Frente a la secadora, veo que hay un hombre que, al verme llegar, me mira fijamente. La secadora está llena de ropa y ya ha terminado el programa, y él, a su vez, tiene una bolsa gigante de ropa mojada a sus pies. En inglés, me pregunta si la ropa es mía y le digo que no. Me señala su bolsa llena de ropa, mucha de niños pequeños, y me dice que lleva un rato esperando, pero que la persona que ha puesto la secadora no viene.

Me lo quedo mirando y veo que las dos lavadoras están vacías.

Abro la puerta de la secadora, empiezo a coger la ropa y la voy metiendo en una de las lavadoras. Él me mira incrédulo. Termino de meter toda la ropa en una lavadora y le digo: ya tienes la secadora libre. Creo que el dueño sabrá encontrar su ropa, y le guiño un ojo. Sorprendido me da las gracias. Me meto en el coche para marcharme a buscar otra secadora que esté libre.

Me pongo a buscar en Google Maps, pero justo antes de arrancar el coche, veo una escena maravillosa.

El inglés, ocupado metiendo su ropa en la secadora, no se da cuenta de que un portugués se acerca a él por detrás. Justo detrás de él, el portugués le pregunta por su ropa, y el inglés se pega un susto que hasta da un salto. Entonces, el inglés intenta contarle al portugués que él, en realidad, no ha tocado su ropa, que ha venido un español y la ha quitado de la secadora para que él pudiera ponerla. Parecía un chiste. El portugués, molesto, le dice que no entiende, pero que han sido solo 10 minutos. Y el inglés, intentando excusarse, coge y me señala. El portugués me mira y yo, desde dentro del coche, levanto las manos como diciendo que yo no tengo ni idea de qué va la cosa.

Hay veces en las que hay que dejar que el caos discurra para ver hasta dónde llega.

Pero al final no ha sido nada, al portugués tampoco le ha importado mucho, ha sacado una bolsa del coche y se ha puesto a recoger su ropa. El que lo ha pasado peor ha sido el inglés, que estaba completamente rojo y avergonzado. Y yo, en el coche, desternillado mirándoles y pensando en lo brutal que sería ver por un agujerito cómo el inglés, en casa, le cuenta la escena a su mujer.

La verdad, y para ser sincero, es que todos hemos salido beneficiados. El inglés ha podido secar su ropa y tiene una historia que contar. El portugués ha podido ofenderse y no llegar avergonzado por hacer esperar al inglés. Y yo me lo he pasado genial.

Digo que os habéis enterrado en vida porque se os han apagado las ganas de jugar, las ganas de experimentar, de poner a prueba a la gente, de provocar al mundo. Os habéis hecho adultos, pero en la forma más triste que hay: enterrados en la cotidianidad.

Me sorprende que la gente sea tan poco atrevida. Que nadie se meta en problemas. Que nadie monte un pollo. Que nadie se salte las reglas. Aunque sea solo un poquito y para ver que pasa.

Y si nadie lo hace, alguien tiene que ayudarles a dar ese paso…

En referencia a esto, te recomiendo el Podcast “Piensa Diferente” en el que Guillermo Amor me entrevistó hace poco. No te dejará indiferente. Hay una anécdota maravillosa que os tengo que contar cuando lo veáis.

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