Te cuento lo mío.

Ayer comenté que me es complicado, más que a los demás, el hecho de planificar y organizar viajes.

Esto puede sorprenderle a alguien, pensando que a todos nos cuesta más o menos lo mismo.

Pero el motivo es que tengo una especie de dislexia en la que me cuesta saber algunas cosas. Por lo menos con rapidez.

Por ejemplo, no suelo saber el día de la semana en el que estoy. Y, evidentemente, si no sé el día en el que estoy, me es difícil planificar comidas, reuniones, actividades.

Tampoco sé el mes en el que estoy, y eso complica el organizar facturas, programar eventos, lanzamientos y contenido a medio plazo.

Por último, tampoco suelo recordar la edad que tengo y, en consecuencia, la edad que tenía cuando hice una cosa o la otra, tampoco el mes o el año en el que pasó algo.

Puedes pensar que es un tema de pensarlo mejor, pero no es así, en mi cabeza hay como una especie de nebulosa que me impide ver con claridad todo eso.

Durante mucho tiempo tenía entregas diarias en los estudios y después atendía a clientes diariamente, y eso me daba una sensación de control mayor. Pero cuando no hay una rutina tan diaria, todo se complica cada vez más.

Imagino que también tener este tipo de problema, me libera de la presión de contemplar todo el tiempo un contexto temporal a mi alrededor. No me suelo presionar por lo que tengo que hacer un día u otro, solo sé que un poco más adelante hay algo que hacer. Pero sin localizarlo en ningún punto.

En cierto modo, esto me lleva a una especie de presente constante.

 

Si fueras mi cliente, te diría:

“Compara el modo en el que ves el mundo, con el modo en el que lo hace gente más efectiva que tú. Porque de repente puedes descubrir que tienes alguna tarita como me sucede a mí.”

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