Tú ganas.

Te cuento una anécdota rara que tiene relación con la atención, el tema que tocaremos esta semana en la Píldora.

Sucedió cuando yo todavía hacía sesiones.

Entra el cliente en la consulta.

Era su primera sesión.

Me saluda, se sienta y se queda callado, mirándome fijamente.

Imagino que está jugando a algo porque me mira con cara de “a ver si eres tan bueno”.

(Algunos clientes habían hecho cosas así, extrañas, sobre todo desde que empecé a aparecer en redes. Algunos venían solo a conocerme, otros a retarme o a ver si realmente la técnica era tan potente.)

Le dije:

—¿No vas a hablar?

Me miró con media sonrisa, transmitiendo que no pensaba hablar.

Por dentro pensé: guárdate en salud, y como buen catalán, le dije que la sesión había que pagarla al principio, porque me olía que la sesión se iba a complicar, y mejor que se complicase habiendo cobrado.

Se levantó y pagó. Luego se volvió a sentar y se quedó callado.

Me lo quedé mirando y me di cuenta de que eso es lo que él quería: mi atención. Que le mirase, que me esforzase para que él hablara.

Entonces le dije:

—Tú ganas.

Me levanté y salí del despacho, pero antes de salir, le dije:

—No puedes salir del despacho hasta que termine la hora.

Se le quitó la sonrisa.

Salí y cerré la puerta.

Me fui a la cocina, me preparé un café, cogí mi libro y me puse a leer.

Cerca de 30 o 40 minutos después, oigo que abre la puerta, avanza por el pasillo, se acerca a la cocina del despacho y me ve sentado en la mesa, leyendo.

—¿Qué haces?

—Leer, ¿y tú?

—Esperar.

—¿A qué?

—A que volvieras.

—¿Para qué?

Y entonces me dice algo súper loco:

—Para que fueras capaz de hacerme romper mi silencio.

Me lo quedo mirando y le digo:

—Y eso he hecho. He conseguido que salieras del lugar en el que estabas encerrado y ahora ya estás hablando. Enhorabuena, hemos terminado la terapia. Ya te puedes marchar.

Le acompañé a la puerta y le dije que no volvería a trabajar con él. Se marchó. Al cabo de un tiempo, me escribió por redes intentando justificar lo que pasó, que le gustaría hacer otra sesión. Le dije que no me interesaba.

Internamente sigo pensando que fue una sesión genial y creo que él también lo piensa.

A veces el aprendizaje es vivencial y en ese caso la atención es una arma que en su ausencia puede ser muy poderosa.

PD: Tu atención siempre es más valiosa que el dinero, y gestionar tu atención, respetarla y aprender a usarla es lo que aprenderás en la Píldora de este sábado.

Si fueras mi cliente, te diría:

La vida es demasiado bonita e interesante para pasarla con gente que tiene ganas de amargártela. No les des tu atención.

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