Estaba hablando con una amiga y me pregunta: ¿Qué tal estás?

Y empiezo a quejarme de una situación que es logísticamente complicada, porque el coche ha empezado a darme problemas justo entre dos viajes.

Lo que supone que haga muchos malabares para llevarlo a Sevilla, a un taller, justo a la hora que llega el perito del seguro y llegar a la estación para no perder el tren que me lleva a Madrid.

Me doy cuenta de que me estoy quejando.

Y yo mismo me pregunto: ¿Pero de qué te quejas?

Me estoy quejando de que se me ha metido una piedra en el zapato sin querer ver que voy andando todo el tiempo por un camino lleno de piedras.

Yo he programado los dos viajes, ambos demasiado justos y ya había señales desde hacía un tiempo de que el coche necesitaba un vistazo.

Así que asumo que no hay nada de lo que quejarme, porque he elegido una ruta en la que HAY PIEDRAS.

Hay otros modos de hacer las cosas, pero a veces nos presionamos nosotros mismos exigiéndonos de más, sobrecargándonos y sin querer contemplar factores que pueden suceder y que supondrán un estrés.

La piedra del zapato es necesaria, porque es la señal molesta que me indica que si no quiero piedras tengo que buscar una ruta distinta, o por lo menos avanzar con más cuidado.

PD: El Programa de Inteligencia Evolutiva se abre la semana que viene con el nuevo bloque sobre:

Estrategia Social: Teoría de juegos.

Solo algunas personas merecen estar dentro y estoy pensando en algunas maldades para quitarlos las ganas de entrar.

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